Todavía recuerdo tu agradable olor a café,
Esos besos cariñosos que enrojecían mis mejillas con el tenue carmesí de tus labios.
Tus manos grandes y delicadas y esos dedos alargados cosquilleándome la espalda.
Recuerdo tu cara sonriente, esa tez oscura y tus gráciles gestos salpicados de alboroto.
Y esa imponente altura que a mis cinco años parecía insalvable
Con tus piernas largar y torneadas, ese caminar acelerado,
Tu dulce voz cantarina y esa alegría desbordada, tu paciencia tus bondades.
Ese cuerpo desnudo aquejado por los años, marcado por las líneas del tiempo.
Y tu pelo blanquecino, alisado.
Tu mirada sincera, y ese ímpetu continuo, esas prisas, esa entrega, esos días.
Me parece que sigues besando mis manos,
Acariciando mi pelo, arropándome al dormir,
Arrullándome en la cuna, enseñándome a soñar.
Inyectando en mi vida compromiso y valor.
Enseñándome a dar, desprenderme sin ni siquiera esperar.
Sí, creo que estás aquí, acompañándome al andar
Empujándome para que no me quede atrás. Alentándome,
Sigues aquí, te siento al amanecer cuando besas mi frente.
Te fuiste, inexplicablemente pero sé que estás aquí
A mi lado, cogiéndome de la mano
Dándome calor en cada abrazo y mitigando mi dolor.
Sirviéndome de colchón que amortigua cada golpe que me doy.
Sigues viva en mí, en mi mente, en mi corazón.
Sigues viva en la gente a las que diste todo.
Tu corazón estalló pero de tanto amor, de tanto amar.
Y ya han pasado veinte años, ¡caramba!
Y me parece que fue ayer cuando te besé los labios por última vez.
A mi abuela, Mercedes.
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