viernes, 14 de agosto de 2015

Marte(s).

Como el dios de la guerra, siempre encendidos. 
Así pasamos los días en estas cuatro paredes. 
Encerrados en nuestros complejos y almidonados por kilos de orgullo y recelo. 
No esperabas mas que un te quiero, pero mi boca no separaba mis labios, y mi corazón ardía de rabia al verte tumbado en la cama
Impasible, esperando.

Como Marte, siempre en guerra. 
Y levantábamos nuestras armas y la pasión las derrumbaba. 
Y la pelea acababa con los dos cuerpos, nuestras legiones sudorosas y agitadas. 
Siempre en guerra... 
Hasta que una bomba atómica lo destrozo todo y dejó el campo sin hiervas una mañana de un Martes.

jueves, 13 de agosto de 2015

Homo.

     La palabra homo nos viene del idioma latín y significa hombre. Su sentido ideal es el de "igual", "semejante". De ella se derivan palabras como "homogéneo" y "homosexualidad", esta última que viene a dar nombre a la manifestación de amor entre dos hombres. 

Esa manifestación de afectos, de sentimientos no tiene, necesariamente, que estar ligada a una relación sexual propiamente dicha. Para que nos entendamos, ser homosexual significa que quien lo es tiene la capacidad de sentir mariposas en el estomago por alguien de su mismo sexo, aunque eso no comporte que se lo lleve a la cama.

Habitualmente mucha gente relaciona el sentimiento homosexual con tener sexo. Puede tener que ver o no, porque al igual que entre los heterosexuales hay personas que jamás se han acostado (ni lo harán) con una persona del sexo contrario, de igual forma dentro de la comunidad LGTB se da lo mismo. 

En cualquier caso ese no es el objetivo de esta entrada. Aquí lo que pretendo es dar respuesta a una interrogante que surge de manera recurrente entre las personas que, entendiendo o no lo que sentimos, siempre se muestran incrédulas y perdidas.

La pregunta "¿cuando te diste cuenta de que eras gay?" es un clásico dentro del mundo de los heterosexuales que quieren comprender la homosexualidad. 

Me parece absolutamente necesario responderla diciendo que los que amamos a personas de nuestro mismo sexo no es que lleguemos a un momento en el que "descubrimos" que somos gays. Eso lo sabemos desde siempre. Saberse gay no es algo que se nos desvele en un momento determinado, a una edad determinada o por alguna circunstancia específica. Siempre lo hemos sabido al igual que una persona heterosexual sabe que es heterosexual, que siente cosas por otra persona del sexo contrario. Lo que pasa es que no le ponemos nombre, sólo sentimos y punto. Las nomenclaturas y las diferenciaciones las ponen otros que nos obligan a aprenderlas. 

Ellos lo saben y nosotros también lo sabemos. Pero a nadie se le ocurre preguntarle a un heterosexual "¿cuando te diste cuenta de que eras heterosexual?". Se tiene por asumido, se sobreentiende y nadie se cuestiona el por qué. 

¿Dónde está, a mi juicio, la diferencia? Precisamente en ese "sobreentendimiento" de que todos nacemos heterosexuales. ¡Y nada más lejos de la realidad! 

Y entonces ¿por qué hay un momento en el que "salimos del armario"? Pues porque allí nos han metido. Allí nos encerraron desde niños y limitaron nuestra libertad enseñándonos que ser gay es malo, que es un pecado, que no es correcto. Entonces nuestro sentido de auto-protección nos creó una capa dura, impenetrable, con el fin de que nadie pudiera hacernos daño. Con el objetivo de no ser la diana donde se claven las burlas, el maltrato, la sinrazón. Para que no nos señalen y no nos rechacen y así poder participar de una vida igual que el resto de los niños y niñas con los que compartimos. 

La sociedad nos marca unas pautas que nos vemos obligados a seguir, presionados por unas fuerzas sobrenaturales que se ceban con nuestras mentes. Queremos ser felices, pero no nos dejan. Hasta que no podemos aguantar mas y nos llenamos de valor y volamos por los aires las cerraduras de esa puerta que nos atrapaba. O volamos por los cielos de forma literal arrojándonos al precipicio y estallándonos contra el suelo, cortando nuestras venas, colgándonos del cuello o atiborrandonos con pastillas como han hecho cientos de chicos y chicas a los que nunca les llegaron a comprender. 

En un momento específico una circunstancia determinada es la encargada de decir: hasta aquí. Soy libre, soy gay y soy feliz. 

Ese momento, como ya dije, no es el momento del "descubrimiento", porque no se descubre nada que ya se sabe que existe. Es mas bien el del atrevimiento porque ya el del auto reconocimiento hace tiempo que lo hemos sobrepasado. Aquel momento en el que nos reconocemos a nosotros mismos como lo que somos es el más duro de todos, incluso más que aquel en el que decides contarlo. Porque es el resultado del conflicto interno que arrastras desde tiempo atrás, tiempo inmemorial del que no recuerdas cuando empezó a suceder. 

Es muy duro tener que esconder lo que sientes. Es muy injusto tener que hacer cosas que no quieres solo porque no quieres hacer daño a terceros. Sí, es muy injusto porque el daño te lo haces a ti mismo. Sacrificas tu propia vida por los demás, y pocos son los que reconocen después esa generosidad. 

Por eso hago un llamado a los heterosexuales del mundo: dejen ya de preguntarnos cuando hemos "descubierto" lo que somos. No hemos descubierto nada. Lo somos y punto, igual que ustedes son lo que son. 

sábado, 8 de agosto de 2015

Te recuerdo, Tab.


No pareció nunca que fuéramos compatibles. 
Tu calma contrastaba con mi locura.
Tu cuerpo menudo se alejaba de mis esquemas. 
Y tu delicadeza era un grave problema para mi hiperactividad.  

Tu piel oscura me invitaba a conocer lo prohibido 
y tus labios me llevaron a las profundidades de las junglas de Madagascar. 

Penetré en tu cuerpo una y otra vez hasta que el compás se hizo tan nuestro 
que el ritmo nos traía los más profundos gemidos y los suspiros más elocuentes, 
todo en medio de un mar de susurros como ese mar de África que baña tu isla. 

Y me seguías a donde quiera que iba.
Y me mirabas con ojos de amor hasta que tus grandes ojos iluminados encendieron mi corazón 
y lograste atraparme en los reflejos fulgurantes de tu sonrisa. 

Y era tu cuerpo el que me gustaba abrazar cuando nos dirigíamos al mundo de los sueños. 
Y era tu cara la que anhelaba ver cada domingo por la mañana. 
Y eran tus manos las que me gustaba sentir acariciando mi pecho 
y ver tu pelo planchado debajo de cualquier objeto que lo mantuviera en su sitio. 

Presumido, exótico y bello. 
Así te recuerdo, Tab, queriendo atrapar mi torbellino entre tus manos y finalmente rindiéndote a mi incapaz de parar este huracán que llevo por dentro y que explota en cada momento. 

Y quisiste despedirte, y fue memorable. 
Hicimos el amor como nunca antes.
Mis manos apretaban tu cuello mientras tu cintura se movía con ganas, sin miedo. 
Tus ojos en blanco me indicaban el buen momento 
y el alarido final cuando estallamos al mismo tiempo fue un canto de sirenas en plena emergencia. 

Y mis aguas inundaron tus adentros.
Y caí exhausto poseído por mil espasmos y un alivio indescriptible. 
Y me quede ahí, sobre ti. Abrazándote. 
Abrazándonos mientras nos besábamos y nos decíamos te quiero.