Cuando Pepa Lembé llamó negro a Juan Mandinga éste puso el grito en el cielo, y salió al paso diciendo "Juan no es negro, es mulato". Este pequeño relato, aunque salido de forma jocosa, es una constante realidad que refleja, entre otras cosas, el miedo a reconocerse como Negro, o más bien, a que te lo llamen. La reflexión me vino a la mente tras en una reunión con los Afrosocialistas, equipo al que orgullosamente pertenezco, salió a colación la constante de los nacionales dominicanos que no se reconocen cuando se les llama negros.
Esto es así, pero no exactamente de esta forma. Para explicar este fenómeno de una manera entendible es preciso mencionar una serie de circunstancias de carácter histórico, político, social e incluso religioso que se dan en los dominicanos y que han traído como consecuencia ese discurso falso, sin que por eso deje de ser probable, y que me gustaría reseñar con el fin de que la gran excusa de Juan ("no soy negro, soy mulato"), se entienda en el contexto real de la experiencia dominicana.
Por supuesto que todo se remonta a la época de la colonización y el lastre de la esclavitud que sufrió el pueblo africano en toda América. Particularmente en lo que hoy se denomina República Dominicana la historia corrió un tanto al margen de las realidades de los demás países independientes de habla hispana del continente americano. La despoblación de la parte occidental de la isla de La Española por orden del gobernador Osorio, a causa de las incursiones piratas que tenían lugar en la denominada Banda del Norte, y la ocupación por los corsario de la isla de Tortuga, a la que convirtieron en su base de operaciones, dio como resultado el establecimiento de poblaciones de comerciantes que actuaban al margen de la ley y trajo como consecuencia una paulatina, pero decisiva en el devenir político, ocupación de las zonas despobladas por parte de los franceses.
Esa zona se convirtió en una próspera colonia llamada Haití, la joya de Francia en el Caribe, la que mediante la floreciente industria azucarera dio un empuje espectacular al comercio en la zona. Desde África llevaron a la isla miles y miles de negros en calidad de esclavos, y pronto la población negra superó en numero a los pocos blancos que residían en ella. La isla estaba dividida políticamente y las dos colonias actuaban (oficialmente) de espaldas. La parte española era muy diferente a la parte francesa, ya que la base de su economía era la ganadería, aunque la industria del azúcar consiguió también un gran empuje.
Al llegar los movimientos independentistas alentados por la Declaración de los Derechos del Hombre y tras la independencia de las trece colonia británicas del norte de América, Haití se convirtió en la segunda república nacida en el Nuevo Mundo, la primera latinoamericana y la primera república negra, en 1804. La primera experiencia republicana de la parte española no llegó hasta 1821, cuando José Nuñez de Cáceres proclamó la independencia del Haití Español. En 1822, los descreídos de la nueva república en unión a los afrancesados y los recelosos con España prefirieron unirse a Haití y con lo que llega la denominada "ocupación haitiana" que, hasta 1844, intentó cuajar una república unificada en la isla de La Española, pero que las diferencias de idioma y costumbres no pudo conseguir; por lo que al proclamarse la independencia de la República Dominica se inicia una guerra cruenta que hace crecer el odio entre los pobladores de ambas partes de la isla.
Los dominicanos, cuya burguesía blanca hispanófila era la que dominaba todos los estratos sociales y políticos, utilizó el discurso racista y despectivo en contra de la "república de los negros" de Haití, porque tanto L´Overture como Boyer o Herard eran negros, y toda la clase política haitiana también lo era. El mulataje en república dominicana se dio desde muy tempranas épocas, cosa que sucedió en muy menor medida en Haití. Y el peso político del discurso xenófobo se adueñó de las conciencias de los dominicanos. Por tanto, este elemento histórico de defensa ante el "ocupador", esa diferenciación que viene desde los altos estratos sociales se ha extendido y perpetuado. El dominicano se autodefine mulato, mestizo o mezclado, para diferenciarse del "negro haitiano". Este mulataje, según las estadísticas es contrastable, ya que más del 60 por cien de la población dominicana pertenece a la mezcla entre la raza blanca y negra. En torno al 20 por cien de la población es blanca sin ningún tipo de mezcla y entre un 6 y un 10 por cien pertenecen a la raza negra sin mezcla alguna. El resto pertenecen a comunidades como la china, árabe o indígenas americanos.
La dictadura de Trujillo, heredera de ese discurso racista (por demás incomprensible porque su abuela era haitiana), llegó al extremo de ordenar en 1937 la masacre de más de siete mil haitianos que residían en la República Dominicana (en la que los padres del extinto líder del Partido Revolucionario Dominicano, José Francisco Peña Gómez, de ascendencia haitiana, fueron asesinados). El ser tan oscuro como el café y no tener ni un chorrito de leche bastaba para que te pasaran por el machete. Algo tan absurdo como el no pronunciar correctamente la palabra perejil (que los haitianos, por razones de su idioma, el francés, pronuncian con una R gutural), se convertía en tu pasaje hasta la muerte. Cientos de dominicanos negros perecieron en la masacre, por el afán del dictador de blanquear la población, para cuyo fin, de la mano del dictador español Francisco Franco empezó a recibir españoles provenientes de las Canarias a los que les daba tierras y casas y creó barrios nuevos en cada ciudad del país con el fin de que se mezclaran con la población mulata y así "aclarar" a los dominicanos.
La persecución de los haitianos, que fue un acto cruel y despiadado trajo como consecuencia un elemento psicológico importante que se apunta como un segundo elemento que explica el rechazo de los dominicanos a llamarse negros. El ser mestizo te garantizaba la vida, el tener descendencia con una blanca aseguraba a tus hijos un respiro en la discriminación racial. Porque sí, serían negros, pero mucho menos que tu.
En el aspecto religioso la sociedad dominicana se ha definido desde siempre como una sociedad católica, hasta el punto de que el lema de la república es "Dios, Patria y Libertad". Las sucesivas constituciones dominicanas desde 1844 han proclamado el carácter confesional del estado, hasta que finalmente se ha reconocido la libertad de culto y se ha establecido una línea bastante clara entre el Estado y la iglesia (aunque en realidad la iglesia católica tiene mucho poder). La República de Haití era una república llena de hechiceros, zombis y vudú. Ese era el discurso de la iglesia para justificar las diferencias con la vecina nación. El cristianismo de los dominicanos vs. el paganismo y la hechicería de los haitianos.
En una sociedad en la que la iglesia tiene tanto poder y en la que desde las propias instituciones republicanas se inculca el amor incondicional a Dios y la entrega sin miramientos a la causa cristiana la palabra de las figuras representativas del clero es determinante para la creación de una conciencia de rechazo a todo lo que represente lo contrario a ese dogma. El vudú es de negros, es brujería, es maligno, es del Diablo, es lo que se viene escuchando desde hace quinientos años en Santo Domingo. Una excusa más para que el dominicano se desprenda de la idea de pertenecía a la comunidad negra. Sin embargo, el dominicano no niega que es afro, o que tiene ascendencia afro. La negación se da cuando sale la palabra Negro. Negro es el haitiano. El dominicano no es negro, es mulato, es mestizo, es mezclado. Esa es la dinámica, ese es el discurso, esa es la excusa.
Lo cierto es que aunque defendamos la dignificación y la visibilización de las comunidades negras y sus afrodescendientes no podemos negar una realidad existente, principalmente en los países latinoamericanos, y de forma muy especial en los de la zona del Caribe (Puerto Rico, Cuba, Venezuela, Panamá, República Dominicana, etc.) y es que el mulataje existe, que los mestizos también pertenecen a nuestra comunidad tanto como lo son de la comunidad blanca, que lo que defendemos son "realidades", no una especificidad. somos negros de muchos colores y con muchas mezclas, por tanto, habría, más que hablar de Negro, generalizar para enmarcar dentro de esa realidad a las demás realidades y utilizar el término afrodescendiente porque recoge todo lo que somos.
Esto es así, pero no exactamente de esta forma. Para explicar este fenómeno de una manera entendible es preciso mencionar una serie de circunstancias de carácter histórico, político, social e incluso religioso que se dan en los dominicanos y que han traído como consecuencia ese discurso falso, sin que por eso deje de ser probable, y que me gustaría reseñar con el fin de que la gran excusa de Juan ("no soy negro, soy mulato"), se entienda en el contexto real de la experiencia dominicana.
Por supuesto que todo se remonta a la época de la colonización y el lastre de la esclavitud que sufrió el pueblo africano en toda América. Particularmente en lo que hoy se denomina República Dominicana la historia corrió un tanto al margen de las realidades de los demás países independientes de habla hispana del continente americano. La despoblación de la parte occidental de la isla de La Española por orden del gobernador Osorio, a causa de las incursiones piratas que tenían lugar en la denominada Banda del Norte, y la ocupación por los corsario de la isla de Tortuga, a la que convirtieron en su base de operaciones, dio como resultado el establecimiento de poblaciones de comerciantes que actuaban al margen de la ley y trajo como consecuencia una paulatina, pero decisiva en el devenir político, ocupación de las zonas despobladas por parte de los franceses.
Esa zona se convirtió en una próspera colonia llamada Haití, la joya de Francia en el Caribe, la que mediante la floreciente industria azucarera dio un empuje espectacular al comercio en la zona. Desde África llevaron a la isla miles y miles de negros en calidad de esclavos, y pronto la población negra superó en numero a los pocos blancos que residían en ella. La isla estaba dividida políticamente y las dos colonias actuaban (oficialmente) de espaldas. La parte española era muy diferente a la parte francesa, ya que la base de su economía era la ganadería, aunque la industria del azúcar consiguió también un gran empuje.
Al llegar los movimientos independentistas alentados por la Declaración de los Derechos del Hombre y tras la independencia de las trece colonia británicas del norte de América, Haití se convirtió en la segunda república nacida en el Nuevo Mundo, la primera latinoamericana y la primera república negra, en 1804. La primera experiencia republicana de la parte española no llegó hasta 1821, cuando José Nuñez de Cáceres proclamó la independencia del Haití Español. En 1822, los descreídos de la nueva república en unión a los afrancesados y los recelosos con España prefirieron unirse a Haití y con lo que llega la denominada "ocupación haitiana" que, hasta 1844, intentó cuajar una república unificada en la isla de La Española, pero que las diferencias de idioma y costumbres no pudo conseguir; por lo que al proclamarse la independencia de la República Dominica se inicia una guerra cruenta que hace crecer el odio entre los pobladores de ambas partes de la isla.
Los dominicanos, cuya burguesía blanca hispanófila era la que dominaba todos los estratos sociales y políticos, utilizó el discurso racista y despectivo en contra de la "república de los negros" de Haití, porque tanto L´Overture como Boyer o Herard eran negros, y toda la clase política haitiana también lo era. El mulataje en república dominicana se dio desde muy tempranas épocas, cosa que sucedió en muy menor medida en Haití. Y el peso político del discurso xenófobo se adueñó de las conciencias de los dominicanos. Por tanto, este elemento histórico de defensa ante el "ocupador", esa diferenciación que viene desde los altos estratos sociales se ha extendido y perpetuado. El dominicano se autodefine mulato, mestizo o mezclado, para diferenciarse del "negro haitiano". Este mulataje, según las estadísticas es contrastable, ya que más del 60 por cien de la población dominicana pertenece a la mezcla entre la raza blanca y negra. En torno al 20 por cien de la población es blanca sin ningún tipo de mezcla y entre un 6 y un 10 por cien pertenecen a la raza negra sin mezcla alguna. El resto pertenecen a comunidades como la china, árabe o indígenas americanos.
La dictadura de Trujillo, heredera de ese discurso racista (por demás incomprensible porque su abuela era haitiana), llegó al extremo de ordenar en 1937 la masacre de más de siete mil haitianos que residían en la República Dominicana (en la que los padres del extinto líder del Partido Revolucionario Dominicano, José Francisco Peña Gómez, de ascendencia haitiana, fueron asesinados). El ser tan oscuro como el café y no tener ni un chorrito de leche bastaba para que te pasaran por el machete. Algo tan absurdo como el no pronunciar correctamente la palabra perejil (que los haitianos, por razones de su idioma, el francés, pronuncian con una R gutural), se convertía en tu pasaje hasta la muerte. Cientos de dominicanos negros perecieron en la masacre, por el afán del dictador de blanquear la población, para cuyo fin, de la mano del dictador español Francisco Franco empezó a recibir españoles provenientes de las Canarias a los que les daba tierras y casas y creó barrios nuevos en cada ciudad del país con el fin de que se mezclaran con la población mulata y así "aclarar" a los dominicanos.
La persecución de los haitianos, que fue un acto cruel y despiadado trajo como consecuencia un elemento psicológico importante que se apunta como un segundo elemento que explica el rechazo de los dominicanos a llamarse negros. El ser mestizo te garantizaba la vida, el tener descendencia con una blanca aseguraba a tus hijos un respiro en la discriminación racial. Porque sí, serían negros, pero mucho menos que tu.
En el aspecto religioso la sociedad dominicana se ha definido desde siempre como una sociedad católica, hasta el punto de que el lema de la república es "Dios, Patria y Libertad". Las sucesivas constituciones dominicanas desde 1844 han proclamado el carácter confesional del estado, hasta que finalmente se ha reconocido la libertad de culto y se ha establecido una línea bastante clara entre el Estado y la iglesia (aunque en realidad la iglesia católica tiene mucho poder). La República de Haití era una república llena de hechiceros, zombis y vudú. Ese era el discurso de la iglesia para justificar las diferencias con la vecina nación. El cristianismo de los dominicanos vs. el paganismo y la hechicería de los haitianos.
En una sociedad en la que la iglesia tiene tanto poder y en la que desde las propias instituciones republicanas se inculca el amor incondicional a Dios y la entrega sin miramientos a la causa cristiana la palabra de las figuras representativas del clero es determinante para la creación de una conciencia de rechazo a todo lo que represente lo contrario a ese dogma. El vudú es de negros, es brujería, es maligno, es del Diablo, es lo que se viene escuchando desde hace quinientos años en Santo Domingo. Una excusa más para que el dominicano se desprenda de la idea de pertenecía a la comunidad negra. Sin embargo, el dominicano no niega que es afro, o que tiene ascendencia afro. La negación se da cuando sale la palabra Negro. Negro es el haitiano. El dominicano no es negro, es mulato, es mestizo, es mezclado. Esa es la dinámica, ese es el discurso, esa es la excusa.
Lo cierto es que aunque defendamos la dignificación y la visibilización de las comunidades negras y sus afrodescendientes no podemos negar una realidad existente, principalmente en los países latinoamericanos, y de forma muy especial en los de la zona del Caribe (Puerto Rico, Cuba, Venezuela, Panamá, República Dominicana, etc.) y es que el mulataje existe, que los mestizos también pertenecen a nuestra comunidad tanto como lo son de la comunidad blanca, que lo que defendemos son "realidades", no una especificidad. somos negros de muchos colores y con muchas mezclas, por tanto, habría, más que hablar de Negro, generalizar para enmarcar dentro de esa realidad a las demás realidades y utilizar el término afrodescendiente porque recoge todo lo que somos.
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