Querido señor,
Tres años casi y medio como pareja, compañeros o amigos del alma como te gusta decir. Reconozco que soy novata en esto, nunca he estado tanto tiempo con un hombre y, acostumbrada como estoy a controlar mi vida o, al menos, a tratar de controlarla, esta situación se me escapa. Desahogos como este ya los he empezado más de una vez y siempre han terminado en la basura telemática de un ordenador. Hemos vuelto a empezar, a veces despacio y con pies de plomo, otras de un tirón y pasando página como si se tratara de una errata ortográfica. Sinceramente no sé hasta qué punto mi visceralidad me alienta como un temporal o si detrás de las nubes hay un agujero donde reprimo lo que realmente quiero y necesito.
Oscilo entre la rabieta infantil y la postura de una mujer adulta que reconoce su incapacidad para enfrentarse a decisiones difíciles de tomar por el dolor que arrastran. Estos días me pregunto en qué momento, mujeres que rompieron con sus parejas, tuvieron el empuje necesario para tomar la determinación a pesar del impacto afectivo sobre la cotidianidad de sus vidas. Hemos crecido subyugadas por la idea de que sólo con un hombre al lado nos sentimos completas; hemos tragado la idea de tolerar, perdonar, entender y soportar reacciones masculinas por una mezcla de miedo a la soledad, fracaso o frustración que cuesta volatizar con un simple pensamiento de dignidad o respeto sin tener que apoyarnos en el hombro de un señor como si fuera un dios en quien cimentar nuestra propia supervivencia.
Es mi momento ahora de frenar y sopesar lo que realmente quiero desde lo más profundo de mis entrañas. Ya no me alimenta estar disponible las 24 horas para ti y tus prioridades, ahora quiero ser la primera de la meta, aquella por la que dejes todo para acudir a su lado aun cuando no crea que lo necesite, sólo porque te lo pide el corazón. ¿Qué soy fuerte? Si, lo soy pero tengo que aprender a permitirme llorar y pedirte que estés a mi lado. Estos son mis deberes, los tuyos son mirar hacia dentro y decidir si estás dispuesto a asumir una relación con su parte de compromiso que no siempre será gratificante.
Estos días, Yolanda, tu antiguo amor y amiga de vaivenes depresivos, ha venido de vacaciones a España. Sabía que estábamos juntos pero tu no has querido reunirnos para presentarme como habría sido lo natural y, en consecuencia, me encaré contigo para reclamarte mi estatus de pareja sin ocultismos ni marginalidad a la que me había rendido con el hechizo pueril de tu garganta. Ya, ya sé que no se debe mirar atrás y cobrar facturas que envenenan la sangre, no lo voy a hacer, no te agobies, pero tu conducta fue el detonante para darme cuenta de lo tonta que he sido al no reivindicar lo que debería haber sido mío. Te he preservado de mi angustia en lugar de refugiarme en ti con todo lo que implica compartir mi dolor porque, siendo honesta, no estaba segura de que fueras lo suficientemente entero como para enfrentarte a la crudeza de algo que afecta a una niña tan cercana.
El 4 de septiembre tuve que ver a mi hija, con la voz temblorosa y el semblante mojado en lágrimas, durante un acto en el que la juez demostró ser la tortura disfrazada de magistrada. Aquél día, esa fuerza de la que tanto presumo, se sostuvo gracias al calor de tres funcionarios cuyo trabajo se basa en la protección al menor. Tu no estabas fuera esperando, no me abrazaste o abrazaste a mi niña al salir al pasillo y, créeme, no lo eché de menos porque estoy tan acostumbrada a bregar sola que no le dediqué ni un minuto a la posibilidad de que tu presencia hubiera sido más que reconfortante.
Sin embargo, tu última elección ante lo que considerabas una prioridad, me ha arrojado a ese agujero del que te hablo y que he esquivado durante tanto tiempo. No tenía que habértelo pedido, ni siquiera teníamos que haberlo hablado, hubiera bastado tomar un taxi para aparecer allí porque sí, porque te lo pedía el corazón y sin excusas ni razonamientos que justificar con nimiedades.
Estoy segura que si todo esto te lo cuento tu respuesta sería: no lo hice por respeto a tu decisión, si me hubieras dicho que si, que estuviera a tu lado, lo habría hecho y posiblemente tengas razón pero, dime entonces por qué tengo la sensación de que hay algo que no está bien, algo que me dice que tomaste la vía fácil para huir de una situación que te habría hecho daño, quizá una obligación que no querías aceptar, o un peso que no soportas porque ya tienes bastante con lo que manejas día a día en tu trabajo.
Insistes en que no quieres una relación que suponga estrés, yo tampoco la quiero, créeme pero, volviendo al principio, tengo la certeza de que hemos navegado sobre la superficie de una balanza descompensada.
Voluntariamente acepté cargar con la parte de tu vida en la que tu hija, tu nieto y, hasta tus perros, suponen un quebradero de cabeza casi constante pero, a la hora de colocar lo mío en el otro plato y, en aras de esa educación de la que te hablé, el miedo a perderte lo hizo convertirse en un fardo que até a mi espalda dejando la escudilla vacía. No te discuto que no siempre se ha mantenido así y que cada uno tendremos una percepción de la realidad totalmente válida pero, qué quieres, ahora no soy la mujer generosa y entregada que no quiere cobrar el recibo con o sin I.V.A., ahora soy la super woman que se mira al espejo y grita: ¡Basta!, no quiero un niño a mi lado, quiero mi hogar, mi hija, mis amigos y la madurez de un hombre para acompañarnos. No quiero más encuentros, diálogos o charlas de margaritas con un te quiero, no te quiero…Estoy tan cansada que si me preguntas, si quieres realmente saber, no tengo fuerzas para acudir a la cita, sentarme en una mesa y escuchar cómo me explicas por qué actuaste de ese modo, si asumes tu parte de responsabilidad o no lo asumes, si me quieres o no me quieres… Repito, estoy demasiado cansada para cruzar la calle, llegar al bar, verte sentado en la mesa y oír lo que quieras decirme.
Podrás jurarme que tu amiga no tuvo nada que ver con tu forma de comportarte pero no me lo creo. Sin embargo tengo que admitir que, a esa mujer, le debo el punto de inflexión para quitarme la venda de los ojos, y empezar a descubrir que no basta una tarjeta de crédito para demostrar amor. No te equivoques con la palabra, no le quites profundidad ni mérito, no la menosprecies. No seas indulgente contigo y enfréntate a la realidad de un cariño al que te entregaste con una piruleta en la mochila.
No hay vuelta atrás, no me busques con un whatsapp, cine o café para perdonar tus torpezas. He roto el yugo de la tradición y soy libre para elegir, amar y compartir sin necesidad de un dios a quien rendir pleitesía.
Sin expectativas pero con el corazón firme y las manos llenas de vida.
(Esta es una carta dedicada a él, por Almudena Taboada, y me complazco en publicarla en mi blog para compartirla en este día del amor)
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