sábado, 31 de mayo de 2008

LA POLÍTICA, COMPAY, LA POLÍTICA...

El 16 de mayo pasado ha tenido lugar el proceso eleccionario para elegir al presidente de la República Dominicana para los próximos cuatro años. Unas elecciones (como viene siendo costumbre desde hace ya muchos años), según los organismos internos y los observadores internacionales, totalmente transparentes, sin sospechas ni acusaciones de fraude electoral, sin muchas más agitaciones que las que son normales para los dominicanos que vivimos con tanta pasión la campaña política y el desarrollo de la misma. Además, unas elecciones que han destacado por el compromiso asumido por la Junta Central Electoral que, a pesar de sus líos internos, logró sobreponerse y llevarlas a buen término. Una Junta Central Electoral modernizada que ha logrado un récord: realizar el conteo total de las mesas electorales de todo el país (un país con no mas de seis millones de electores) en menos de veinticuatro horas (algo inimaginable hace unos años), con su nuevo sistema de escaneo instantáneo.
El reconocimiento del ganador por parte del principal partido de la oposición, que quedó segundo en el resultado final, vino a eso de la media noche del mismo día 16. Fue un gesto de patriotismo sin par, que nos evitó el mal trago de las congeturas infundadas o no que siempre se hacen algunos acerca de lo real de los resultados.
Nuevamente triunfó el candidato del Partido de la Liberación Dominicana, aquel partido formado en los años 70 por los descontentos del Partido Revolucionario Dominicano, Leonel Fernández, actual Presidente de la República, y quien se presentó a la reelección por segunda vez. Para algunos el "pichón de Balaguer" por su estilo de gobernar. Pero, por suerte el presidente Fernández es un demócrata, aunque sus "esbirros", por decirlo de alguna manera, quieran, muchas veces, reconducir la evolución normal de las cosas de una manera un poco apartada de la Constitución y los derechos de los ciudadanos. Se ha notado en algunos círculos el poder de la represión y la ley de más fuerte. Las frases se repite: "yo estoy en el gobierno", "papi es funcionario. tu va´ve´ lo que te va a pasa´", "yo soy la autoridad..." y así una lista larga de muletillas político-represivo-amenazantes. Nuestra nación no ha sabido desvincularse del recuerdo trujillista y los años negros de los gobiernos de muerte de "El Doctor".
El triunfo de Fernández es, ciertamente una desgracia para el país. Un país que se encuentra en los más altos niveles de inflación de los últimos años, unos precios exorbitantes, sin que se haya solucionado todavía el fastidioso y perenne problema energético, un país que vive con un tres por ciento de la población por debajo del umbral de la pobreza (y que dudo mucho no sea más). Una nación donde las garantías constitucionales no existen, y cuando asoman la cabeza es porque tienes "un par de pesos" o un tío policía. La nación que nos pintó Fernández al iniciar su primer mandato no la ha conseguido forjar. Por eso, no merecía ganar. No ha hecho nada de lo que el pueblo le reclama a gritos. Mejor se ha enfrascado en la "modernización" del país. Modernización que sólo alcanza la capital, porque el resto de ciudades y pueblos de "la patria de Duarte" no ven repartidas equitativamente las riquezas que todos aportamos a las arcas nacionales. Una modernización de cemento, una modernización que no alcanza las instituciones ni fortalece la democracia. Una modernizacion que se plasma, solamente, en la construcción de unos túneles y otros elevados para la mejor circulación de los carros en la ciudad de Santo Domingo y con la construcción de un metro que no ha traído más que problemas y disgustos. Un metro, que a ojos de muchos, era totalmente innecesario. Ahí se han quedado "los cuartos" de los dominicanos. De esos que han pagado sus impuestos en La Caleta o en Jimaní, en Las Yayas o en Samaná, en Juana Méndez o en la Higüey... pero que no podrán disfrutar.
Una cosa que quede clara: no me muestro contrario a la construcción de dichos magníficos sistemas de comunicación. Pero soy de los que piensa que hay problemas anteriores que nos ahogan más que intentar resolver con una sola línea de metro el caos del transporte de Santo Domingo. Si se hubiera empezado por ahí: por modernizar el sistema de transporte, el sistema de autobuses otra cosa fuera. Y después de que todos los dominicanos tuvieran luz eléctrica las veintucuatro horas del día, sin miedo a cortes de suministro, o que todos los pobres del pais pudieran comer, o que los que están más alejados, en Dajabón o Pedernales se sientan tan dominicanos como uno que vive en la calle El Conde, en Azua o en Santiago.
No merecía ganar. Pero ha ganado y hay que respetar los resultados. El pueblo es soberano y ha votado. Solo espero, sinceramente, por el bien de mi nación, que el reelecto presidente Fernández se ponga a la altura de la situación que nos ocupa. De que preste atención a las necesidades básicas del pueblo para el que tiene que gobernar, le hallan votado o no. De que pueda resolver lo que verdaderamente preocupa y que deje los elevados, los túneles y el metro para otro momento, porque el dominicano lo que quiere es luz, agua potable en su casa, trabajo y comida.

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