El 16 de agosto de 1863, tras el denominado Grito de Capotillo, dio inicio la Guerra de Restauración de la República Dominicana. Una cruenta lucha armada contra el ejército del Reino de España, que había anexionado la parte este de la isla, tan sólo diecisiete años después de su definitiva proclamación de independencia, en 1844.
El derrocamiento de Buenaventura Báez y las ambiciones de Pedro Santana (para muchos un héroe nacional por su participación en la Guerra de Independencia, que inició en 1844 contra Haití, y para muchos más el mayor traidor a la patria por haberla entregado a la antigua metrópoli) le llevaron a iniciar las negociaciones con la reina Isabel II, y proclamar el 18 de marzo de 1861 la reincorporación de Santo Domingo a España.
Santana, quien fue designado como Gobernador General, se encontró con la oposición de un sinnúmero de líderes y caudillos regionales, quienes a pesar de profesar distintos intereses no veían en España una garantía real de crecimiento y protección tras el ejemplo de su nefasta gestión de su última administración durante los años de la denominada "España Boba", que culminó con la proclama de José Núñez de Cáceres en 1821; así como profundos patriotas que como José Contreras iniciaron un proceso combativo en contra de la disposición del déspota Santana, llegando a organizar una rebelión que resultó fallida, el 2 de mayo de 1861.
Francisco del Rosario Sánchez, proclamador de la República Dominicana y primer presidente de la Junta Central Gubernativa que se instituyó la noche del 27 de febrero de 1844, hasta que los conservadores, al mando de Tomás Bobadilla, se hicieran con el poder un día después, organizó inmeditamente una expedición que entró por Haití con el fin de levantar el Sur de la República, y seguidamente a las demás ciudades en contra del gobierno de España. Sin embargo, Sánchez fue hecho prisionero en San Juan de la Maguana, juzgado por una corte marcial sumarísima y ejecutado de inmediato, junto a otros hombres de la expedición.
Crecieron los rumores de que España volvería a imponer la esclavitud, abolida por los haitianos cuando ocuparon la parte Este de la isla en 1822 bajo la presidencia de Boyer. Los mulatos y negros, que eran mayoría en República Dominicana, se mostraron inmediatamente en desacuerdo. La aplicación de nuevos impuestos a los habitantes de la provincia y otras medidas impopulares hicieron que la administración de los españoles fuera vista con malos ojos.
Pero la guinda del pastel llegó cuando en 1862 España proclamó su intención de recuperar los territorios de la antigua colonia española tomados por Toussaint Loverture en 1794, por lo que el presidente de la República de Haití, Fabre Geffrard, quien había logrado mantenerse neutral en la contienda, decide apoyar a los rebeldes dominicanos en su intento de recuperar su República.
Santana, el Gran General de los Ejercitos del Sur, se había convertido en el comandante del Ejército español. El gran estratega de la guerra de la independencia dominicana se había pasado al bando contrario. Pero sus estrategias no surtieron efectos contra la guerra de guerrillas que plantearon los comandantes dominicanos, su ejército y las milicias, primeramente en las ciudades del Cibao, y luego en el Sur.
Gregorio Luperón y Santiago Rodríguez brillaron durante las diferentes refriegas y batallas que se sucedieron durante los dos años de contienda. Pedro Santana calló en desgracia y fue sustituido por José de la Gándara, y la guerra se saldó con más de diez mil soldados españoles muertos.
En España la guerra por el mantenimiento de la República Dominicana como parte integral del reino no contaba con mucho apoyo popular, hasta el punto de que el Primer Ministro español Ramón María Narváez se vio en la obligación de llevar el asunto a las Cortes Generales, las que reconocieron su incapacidad para continuar la lucha armada en la isla caribeña y los problemas económicos para sufragar su coste. Y con ese panorama, con numerosas bajas en sus filas, la reina Isabel II firmó el final de la anexión el 3 de marzo de 1865.
El 16 de agosto es el día en el que los dominicanos reafirmamos nuestra identidad. El día en que se dijo no a cualquier intervención extranjera, a cualquier injerencia o a cualquier paternidad que trate a esta media isla como un menor de edad. Es el día escogido desde hace décadas para realizar el acto de inicio de gobierno cada cuatro años tras la celebración de elecciones. Hoy se hace un traspaso de mando. La República no está entregada a otra nación, al menos de manera formal. Sin embargo, nuestra deuda externa, por ejemplo, triplicada en los últimos ocho años, hace pensar lo contrario.
Los dominicanos, en la isla o los que nos encontramos fuera de ella, esperamos que el ejemplo del sacrificio de los próceres de la Restauración de esta pequeña nación contra una gran potencia, contra un gran imperio, sirva para que se acaben los despropósitos, el latrocinio y la traición, simbolizados ahora con el símbolo del dinero. Nuestra nación es grande, con grandes hombres y mujeres y con un futuro brillante si el presente se corresponde con lo que todas y todos esperamos de los gobernantes.
Feliz Día de la Restauración!
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