Los dominicanos olvidamos muy pronto las graves consecuencias de los males que han asolado históricamente nuestro país. La memoria selectiva de la que hacemos gala nos dota de una capacidad única para borrar de nuestras mentes episodios verdaderamente desagradables y personajes tan funestos de nuestra historia nacional que resulta sumamente aterrador mirar desde fuera, abstrayéndonos por un momento, para ver cuáles son los resultados de esa situación.
Por poner sólo unos cuantos ejemplos me referiré al General Pedro Santana, quien combatió valerosamente en la guerra de la independencia contra Haití, pero de cuya hoja de vida completa hemos borrado que él mismo dio uno de los primeros golpes de estado contra la estabilidad política de la incipiente República (el primero lo dieron los Trinitarios contra la Junta Central Gubernativa, encabezados por Francisco del Rosario Sánchez), que vendió la República Dominicana a España firmando la Anexión, al tiempo que era nombrado Marqués de Las Carreras, título nobiliario creado para él en exclusiva por la Reina Isabel II.
El hombre que impuso a la fuerza la incorporación del artículo 210 en la Constitución del 6 de noviembre de 1844, que le revestía de poderes ilimitados; el mismo que llevó al patíbulo a Maria Trinidad, a los hermanos Puello, a Duvergé, a Sánchez, el que expatrió a toda la familia Duarte y exilió a los trinitarios, hoy descansa en el Panteón Nacional de los héroes de la República al lado de aquellos a los que hizo tanto daño.
Santana inauguró los procesos reeleccionistas en República Dominicana, siendo Presidente en varias ocasiones, moda a la que se apuntó inmediatamente Buenaventura Báez quien después de un primer mandato logró la reelección en cinco ocasiones.
Pero ellos no fueron los únicos en negarse a soltar La Ñoña, aunque es preciso señalar que algunos lo hicieron a razón del surgimiento de situaciones excepcionales que encerraban, generalmente, procesos de inestabilidad política, pero sobre todo por guerras entre caciques regionales que desataron cruentos enfrentamientos entre hermanos.
Por ejemplo, Ignacio Maria González fue cuatro veces presidente; y detrás de él vino una inmensa pléyade de gobernantes reeleccionistas entre los que se encuentran José María Cabral, Cesario Guillermo, el dictador Ulises Heureaux, Horacio Vásquez y Juan Isidro Jimenez, presidente de la República en dos ocasiones.
Trujillo fue Jefe del Estado durante treinta años, aunque se escudara detrás de varios presidentes títeres durante ese periodo, como lo fueron su propio hermano Héctor Bienvenido Trujillo y Manuel de Jesus Troncoso; Joaquín Balaguer se sentó en la silla más de veinte años y allí mismo fue donde perdió la vista, mientras que Leonel Fernández, el último de la saga que hasta hace unos días pretendía reelegirse, suma, de momento, tres periodos.
En cualquier caso, la vena reeleccionista nos viene desde el momento mismo de la fundación de la nación y se presenta generalmente en personas que se erigen como únicos salvadores de la patria, que piensan que sin ellos todo se iría más a la mierda de lo que ya está. En definitiva, se creen (o más bien les hacen creer) que son dioses.
Pero volviendo a la actualidad, la modificación de la Constitución de la República, votada por mayoría absolutísima de la Asamblea Revisora el pasado 13 de junio, encierra una serie de cuestiones que hay que explicar con detalle para alejar los fantasmas de la confusión que son muy propensos a aparecer en momentos como estos en los que se acercan las elecciones. O mas bien, a los mensajes de desinformación que parecen inocentes, pero que en realidad están hechos a conciencia con el fin de mentir deliberadamente.
Antes que nada quiero dejar bien clara mi posición respecto a la reelección presidencial para que no haya ningún género de dudas acerca de mis convicciones y que a nadie se le ocurra alegremente llamarme alguna cosa distinta a la que tengo como bandera. Soy peñagomista. Y como peñagomista soy anti-reeleccionista. Punto.
Ahora bien, analizando la historia nacional, me parece absolutamente necesario fijar una posición respecto al tema que esté acompañada de una definición más acorde con nuestra realidad, con las acciones de nuestros dirigentes y, sobre todo, con los verdaderos deseos del pueblo dominicano.
Es decir, como en nuestro país no será jamás posible eliminar la reelección presidencial, no solo porque se nos imponga desde las altas esferas gubernamentales u organizativas de los partidos políticos en los distintos momentos históricos, sino más bien porque la misma cuenta con un gran apoyo popular siempre que sale a relucir, entonces creo que lo más adecuado es el asentamiento definitivo en nuestro Ordenamiento Jurídico (y que lo asumamos ya como una realidad) de una limitación de mandatos que prohiba expresamente la perpetuación de una figura en el Palacio Nacional.
Esto significa que sea posible que un mandatario llegue a la silla, cumpla su período constitucional y tenga la posibilidad de (si así lo desea el pueblo mediante el voto) gobernar por un periodo más, de forma sucesiva o discontinua, tras el cual se tenga que ir a su casa, tal y como sucede en muchísimos países del mundo donde la limitación de mandato es una realidad que soluciona los problemas de cambios constitucionales a medida de las ambiciones de los gobernantes.
Dicho esto, paso a aclarar un punto: la modificación constitucional que se acaba de producir NO es un restablecimiento de la reelección presidencial. Los legisladores NO han firmado poner nuevamente la reelección en la Constitución, sencillamente por una razón: la reelección presidencial existe en nuestro país desde la modificación constitucional que alentó el Presidente Hipólito Mejía durante su periodo de gobierno 2000-2004, con la que se eliminó la limitación expresa que habíamos logrado los perredeistas en 1994 tras el mayúsculo fraude electoral contra José Francisco Peña Gómez.
La Constitución de 2010 firmada por el Presidente Leonel Fernández cambió las reglas del juego y propuso una fórmula en la que la reelección era perpetua, sin fin, a diferencia de lo hecho en 2002 y muy alejado de lo que se ha aprobado este 2015.
Para que quede meridianamente claro: la modificación constitucional de hace unas semanas es una copia exacta de la que hicimos en el gobierno de Mejía. Por tanto, resulta cuanto menos curioso que quienes apoyaron dicho rompimiento con los principios básicos antireeleccionistas del Partido Revolucionario Dominicano y que se apresuraron a tirar por los suelos todo lo conseguido después de años de luchas contra los gobiernos balagueristas, sustentando una acción que no va en nuestro ADN revolucionario, hoy sean férreos defensores de lo contrario, solo porque quienes la propusieron son los seguidores del Presidente Danilo Medina, que no es uno de los nuestros. La incoherencia se ha apoderado de ellos hasta el punto de que han olvidado completamente que los culpables de que Leonel Fernández volviera al palacio presidencial en el 2004 fuimos nosotros mismos.
Todos sabemos que hubo oposición dentro del seno del PRD porque los legisladores peñagomistas se negaron a aprobar algo por cuya prohibición José Francisco se dejó tanto. No obstante, la compra de voluntades (todos sabemos que se pagó con dinero en efectivo y con promesas de cargos en el tren gubernamental a mucha gente para que apoyaran la modificación constitucional) dio finalmente con su aprobación.
Antes de fijar una posición tan importante como "reelección si, reelección no", quienes hemos tenido protagonismo en ello, tenemos necesariamente que revisar lo que hemos hecho, mirando a nuestro pasado reciente y asumiendo nuestras responsabilidades, que son muchas. Criticar por criticar sin haber mirado antes, al final nos deja despojados de toda razón porque la historia no es un cuento de hadas, es una realidad que nos pesa como losas.
Hemos recuperado la reelección con limitación de mandato y para cualquier demócrata eso ha de ser un logro, nunca un handicap.