lunes, 10 de enero de 2011

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Desde el principio de los tiempos el hombre se ha visto obligado a trasladarse de un lugar a otro por diversas razones. Los movimientos migratorios se asentaron con el auge del comercio, principalmente en la zona mediterránea, con los constantes desplazamiento de un lado y otro de las costas africana y europea. Pero con el surgimiento de los nacionalismos y, en gran medida, su radicalización se ha impuesto a las naciones un sentido de pertenencia tal a la tierra habitada que se avoca inexplicablemente a la exclusión del foráneo.

Del Viejo Continente salieron miles de personas hacia Las Américas y se establecieron, desafortunadamente, a sangre y fuego, mermando las poblaciones autóctonas y trasladando desde África un sinnúmero de individuos, los que fueron obligados a trabajar como esclavos, en lo que fue la mayor de las masacres universales, en la más absoluta negación de sus derechos humanos.

Son siglos de infortunio de los “países del sur” que, sin embargo, no podemos achacar de forma exclusiva a la explotación sufrida por parte de sus colonizadores, sino también a la inestabilidad política y la corrupción de la que parece muy difícil que se liberen. Y es dentro de esas visiones tan catastróficas de su propio futuro en las que miles de personas abandonan sus países, sus familias, sus vidas. Intentan encontrar un lugar en el que establecerse y trabajar de forma digna para poder llevarse el pan a la boca, para dar esperanza a sus descendientes o incluso a sus propios padres. Es en medio de esa realidad que se suben a una “patera” y cruzan, a riesgo de sus propias vidas, el Atlántico.
¡Cuántas vidas se han quedado en el mar! ¡Cuántos niños han perdido a su padre, a su madre! ¡Cuántos padres han perdido a sus hijos!

Desde Latinoamérica llegan cada día aviones repletos de ilusión y con manos dispuestas a trabajar. Muchos de ellos con carreras universitarias, pero que de la forma más amable aceptan cualquier trabajo de baja cualificación, únicamente porque sí que quieren trabajar. Otros tantos no poseen conocimiento alguno y se ocupan de hacerlo lo mejor que pueden porque allí, en sus países, no pueden darle a sus hijos las oportunidades que no tuvieron ellos mismos.

Encontrarse con que el paraíso soñado no es tal, resulta bastante duro. Encontrarse con que sufrirán el rechazo en muchas ocasiones, que les mirarán de reojo y por encima del hombro en otras tantas, es muy duro. Afortunadamente no todos piensan igual. No todos se atreven a inventarse un videojuego en el que la diana sea un inmigrante negro, no todos atacan a los que llegan del otro lado del mediterráneo únicamente porque tengan una religión diferente. Afortunadamente no todos esconden estrepitosamente sus bolsos debajo del brazo, con tanta fuerza que parece que se lo fueran a clavar en las costillas, cuando ven acercarse a un chico delgado, con pelo a lo afro o trenzas que se acerca de frente. Afortunadamente.

Y una de esas fortunas es tener un Gobierno como el de José Luis Rodríguez Zapatero con políticas de integración para los inmigrantes y con un discurso claro de respeto de sus derechos. Un Gobierno que reconoce a los extranjeros como iguales, como personas que aportamos, que trabajamos, que diversificamos y que también somos merecedores del mayor respeto porque somos parte de esta sociedad. Una sociedad plural, de iguales dentro de la diversidad.

En ese sentido y con esa coherencia el Partido Socialista ha lanzado, el pasado 15 de diciembre, una campaña informativa dirigida a la comunidad extranjera residente en España. Es una campaña con la que se quiere hacer llegar el mensaje de que tenemos derecho a decidir, que podemos votar por los alcaldes que queremos para nuestros municipios, apostar por el presidente que mejor represente los intereses ciudadanos en nuestras Comunidades Autónomas.
Un derecho que hemos conseguido gracias al esfuerzo titánico del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha empeñado en que, vengamos de donde vengamos, se escuche nuestra voz. Una apuesta del Gobierno por conseguir que se firmasen los acuerdos de reciprocidad que reconocen a los extranjeros como ciudadanos de pleno derecho.
Y por eso Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, Chile, Paraguay, Noruega, Islandia o países tan lejanos como Nueva Zelanda, que suman más de 350.000 electores, son los primeros en poner voz a sus nacionales en España.

Pero el trabajo no termina aquí. Tenemos que continuar trillando la senda para que se vayan sumando más y más países. Es nuestro compromiso. Es nuestra responsabilidad. La de concienciar y decir que sólo este Gobierno es el que se ha preocupado por dotarnos de lo que por derecho nos toca.

Los búlgaros, rumanos, franceses, alemanes y todos los ciudadanos de la Unión Europea, que son en España 1.700.000 personas, podrán elegir a sus representantes en las próximas elecciones del 22 de mayo, allí donde vivan. Y por supuesto, lo originarios de otros países, que aunque de momento no hayan firmado los acuerdos de reciprocidad, que tengan la nacionalidad española también podrán ejercer su derecho al sufragio.

No importan las fronteras si compartimos un sueño, como reza la campaña. El sueño de ciudadanía por el que tanto apuesta el PSOE y tiene tan claro el Gobierno de España. Por eso en el último Consejo de Ministros se ha dado el visto bueno al Anteproyecto de Ley de Igualdad de Trato, una ley que establece esa apuesta por el respeto a los diferentes, a la diversidad, a la inclusión y el rechazo expreso a las divisiones y a la discriminación por sexo, raza o etnia, origen, orientación o identidad sexual o discapacidad.

Bajo el lema “Inscríbete para Votar” el partido socialista fomenta la inscripción en el Censo de Extranjeros Residentes (CERE), antes del 15 de enero de 2011. Y aunque no estemos pidiendo el voto, sí pedimos que voten. Pero que voten haciendo una profunda reflexión y poniendo sobre el tapete la realidad de la vida política actual. Poniendo en una balanza quiénes piden contratos de integración o apoyan las decisiones de centros escolares de no aceptar a niñas sólo porque lleven un velo que cubre su pelo o quiénes pregonan que colapsamos la sanidad pública o los que simplemente dicen que vivimos del cuento, frente a los que nos dan participación, nos tratan como iguales, se empeñan en nuestra integración y creen en nuestra ciudadanía y en la diversidad de esta nueva sociedad.
¡Porque queremos escuchar la voz de todos!